La Piedra del Sapo
La piedra del “Sapo” está situada en Alcalá de la Selva, se accede desde las ermitas de San Roque y Loreto por una senda con pendiente, destacan las bonitas vistas del pueblo.
Relatan los más ancianos del lugar que por estas frías tierras de la Sierra de Gúdar, merodeaban unos seres fantásticos que se dedicaban a hacer diabluras a diestro y siniestro, hipogrifos, trasgos y arpías tenían atemorizados a los lugareños procurándoles toda suerte de males. Muchos de ellos morían presa del pánico con la sola visión de estas criaturas, otros quedaban enfermos y sobrecogidos por el miedo, incluso los animales huían aterrados escapando hacia el monte hasta caer agotados, otros quedaban desperdigados y desprotegidos por las montañas hasta llegar a morir en su desbocada huida…
Fue tal el terror, tantas las desgracias que provocaron a estas gentes y tanta la impotencia por no poder defenderse que tras muchas oraciones invocando ayuda del mundo de lo sobrenatural un buen día apareció un animal enorme con aspecto de sapo…
Portador de un veneno mortal, poco a poco, este animal mágico,fue transmitiendo cierta seguridad a los lugareños ahuyentando el pánico permanente con que habían vivido. Con el paso del tiempo la situación se fue normalizando aunque había llegado a extremos preocupantes, la población había sido diezmada de una forma brutal, los enfermos no se recuperaban de sus dolencias y los animales iban regresando al pueblo extenuados y faltos de vitalidad, por lo cual se invocó de nuevo la ayuda de este ser excepcional. Conocedor de las penurias y calamidades que habían sufrido y de la necesidad de librarse de esos seres inmundos que atemorizaban a estas gentes, este animal fantástico comenzó a perseguir y envenenar a todos los seres inmundos que encontró, persiguiéndolos hasta su aniquilación.
También cuentan que sorbiendo agua de una fuente cercana, este ser la transformaba en un extraño fluido sanador que ofrecía a cuantos se le acercaban, sin importar si eran personas y animales. Este fluido milagroso, hacía más fértiles a las mujeres y las tierras, incrementaba el deseo sexual y proporcionaba vigor a los hombres, daba vitalidad a los animales y sanaba los males de cuantos habían enfermado. Extendiendo su efecto benéfico y protector por toda la zona, otorgó además otro don a sus habitantes, todavía más importante: la longevidad.
Inmensamente agradecidos por la ayuda de este gran sapo, le suplicaron que no les abandonara nunca, ni siquiera tras su muerte. Le pidieron que, si alguna vez él había de morir les mostrara una señal o vestigio indicando el lugar donde tras su marcha otros pudieran acudir a recordarlo, venerarlo y seguir gozando de su protección hasta la posteridad.
Y así fue como, según reza la leyenda, un buen día, este ser, apareció petrificado en una enorme roca, en lo alto de una loma y orientada su cabeza mirando de frente hacia la población, todavía está allí, permanece impertérrito, en postura atenta y vigilante, perpetuando hasta nuestros días su influencia benéfica entre las gentes de esta sierra.